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¿Qué horas son? – Colombia

Escrito por: Yveen Morales (Colombia)
Portada: Lazos – Emmanuel Alcalá (Argentina)

En la vida nos encontramos con cientos de situaciones que nos forjan, algunas más que otras. La muerte es la experiencia más temida y el tiempo es su fiel lazarillo. Solo este último logra avanzar cuándo sentimos que no podemos más. La muerte de alguien amado nos hace perder el rumbo y el tiempo sigue su curso ignorando los dolores y las heridas, gracias a esto podemos vivir sin saber ¿qué horas son?

 

TIEMPO A FAVOR

– ¡VOY TARDE!

-Hay tiempo ¡Tiene que desayunar!

Había ignorado el despertador, igual se sentó a la mesa con su plato predilecto, esa dulce sonrisa. El minutero seguía su paso sin piedad. Tras una llamada, continuó el afán. No notó la última chispa de luz en esa mirada.

¡Había que buscar nuevos autores! La pesada voz sentenciaba fines de semana completos frente al computador. Aceptó con una sonrisa y se paró de la mesa de reunión, lo peor había pasado y nada podía empañar la realidad, era viernes y estaba de vuelta.

Ellas seguían siendo tres, pero no eran iguales. Caídas, golpes, aprendizajes, experiencias enmarcaban cuatro años de amistad. El minutero seguía marchando y lo sentían a mil por hora, la tarde pronto se hizo noche y ellas aún tenían tanto por decir.

-Pasaré la noche con Alejandra, ¡Te amo!

Al otro lado del teléfono solo se oyó un “yo también la amo” y la habitual consigna de quién en realidad nos ama “mucho cuidado”.

Salieron a saborear la noche al compás de las carcajadas, hacía muchas lunas que no se divertían tanto. El baile, el ruido, los cocteles, las risas y el minutero marchando sin piedad. El nuevo día las sorprendió pasadas las diez de la mañana. ¡Qué delicia los reencuentros con las amigas!

-Estoy bien, la pasamos delicioso, ¡Te amo! Me demoro un poco en llegar, nos vemos ahora.

Al otro lado del teléfono, esa voz dulce y siempre alegre, solo pedía que no llegara muy tarde o encontraría el almuerzo frío. Luego de una ducha fría, un poco de labial, lentes oscuros y el abrazo y la risa de despedida con su amiga se encontró con mamá. Una de la tarde en el reloj, iban en busca de una pijama cuando el rugido en sus estómagos les recordaba que debían ser diligentes si querían encontrar el almuerzo caliente. Llamaron a saludar.

-Ya nos encontramos, vamos por la pijama y llegamos, no nos demoramos

-Ustedes verán, si se demoran se les enfría el almuerzo

-No te preocupes, ya llegamos, ¡Te amo!

-Bueno, yo la amo más.

El celular sonó. Sábado en la tarde, un día caluroso, cielo despejado y un minutero decidido a marchar a toda velocidad. Estaba sonriente, sus amigas, nuevos autores, abrazos, mamá, anhelos. Al otro lado del teléfono una voz distorsionada, mucho ruido. 

-¿Qué pasó?

-A mi mamá le dio un infarto, ¡¿Dónde están?!, ¡Vengan ya! 

Lazos – Emmanuel Alcalá

CONTRA RELOJ

No hubo pijama. De repente el sol no estaba tan brillante y los carros hacían un ruido extraño. Nos montamos en el carro, mi mamá adelante, Carolina manejaba con una experticia asombrosa y yo sentada atrás. Tic, tac. ¿Qué horas serán? ¡Perdí mi reloj!

La puerta de emergencias del hospital, mi mamá saltó del carro, entró, no veía nada. Sentada en la incómoda banca del frente, notaba la pintura perdida en las esquinas de la edificación, había humedades, algunas fisuras. ¡Perdí mi reloj! ¿Qué horas son?. Como odio el olor a hospital, sangre, medicamentos, lágrimas, vómito, sudor, indiferencia, dolor. ¡Huele horrible!

¿Mi teléfono? ¿Dónde dejé mi teléfono? Estaba en el bolsillo de siempre, pero mi reloj ¡Perdí mi reloj! Iban y venían las personas, resbalaban en el pavimento fisurado o tropezaban en las escaleras desgastadas. Algunos gritaban, lloraban, oraban o hacían una llamada. Mi estómago rugió, ¡se enfrío el almuerzo! No llegué a tiempo. Los cocteles, el cansancio, el reloj que no sonó, diez de la mañana, una ducha fría, la nueva colección de zapatos ¡no compramos la pijama! ¿Qué horas son?

Un estruendo. La puerta se abría y lentamente un trozo más de pintura oxidada se desprendía. Una camilla, tubos, sábanas blancas, el fastidioso sonido de la ambulancia y el horrible olor a hospital. Tanta gente alrededor y ninguno había encontrado mi reloj.

-¡Súbete al carro! Nos vamos

Obedecí. Nuevo hospital, la puerta era de cristal, marco negro y un vigilante cansado miraba con insistencia su reloj, anhelando que el minutero con su afán marcara la hora del cambio de turno. Más gente, mucha más gente. Seguía el olor a hospital ¡cómo lo odio! ¡apesta en realidad! Contando los pasos intentando imitar el son de las manecillas del reloj fui por café, aromática y un analgésico, la voz de mi mamá sonaba diferente pero me reclamaba velocidad, lo intenté pero ¡perdí mi reloj!

Tuve que entrar, paredes blancas con huellas de camillas a toda prisa que chocaron en el corredor, una incandescente luz blanca, baldosas manchadas y el horrible olor a hospital.

-Pueden pasar a verla.

Dijo el médico de turno y sus ojeras estaban tan pronunciadas que quizás, pensé, también tuvo una buena noche con cocteles y dolor en los pies.

-Abue ¡te amo! Todo estará bien, estamos bien, puedes estar tranquila.

Le susurré a sus pies, mientras mi mamá la abrazaba y le acariciaba la sombra de la última sonrisa. Abrió los ojos, unas manos torpes intentaron consolar a mi mamá y el fastidioso sonido de un monitor alertó al médico de grandes ojeras para que llegara al lugar, nos pidieron salir y se quedó mirando el reloj. ¿Qué horas son? Acabo de mentir, “…estamos bien” ¡no es verdad! ¡perdí mi reloj!

Una silla incómoda, la pared blanca, la baldosa manchada y la misma luz incandescente. Sonó el teléfono, querían saber que había pasado. Era mucha gente, demasiada. No tenía reloj pero sentía el paso descarado a toda velocidad de las manecillas. Doce números recorrían, cada día, todo el día, siempre hacia la derecha.

-¿Qué horas son?

-Las cinco y treinta de la tarde

Tal vez el minutero estaba cansado, decidió tomar un descanso, ir un poco más lento. El vigilante ya no miraba con tanta frecuencia el reloj, resignación o tal vez aceptó que no cambiaba nada con mirarlo tan seguido.

-Familiares de la señora Ana Rubiela Bermúdez

-¡Aquí!

-Lo siento mucho…

Abrazando sus pies, en medio del horrible olor a hospital, lloré. Una camilla con sábanas blancas, tubos por doquier y un reciente enmudecido monitor.

-Abue lo siento, te mentí, no estamos bien, ¡perdí mi reloj!

Sábado, noche fría, pocas estrellas, ya no escuchaba el minutero. Gente, mucha gente y el horrible olor a hospital. Perdí mi reloj, desde aquel siete de marzo de 2015 no sé qué horas son.

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