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El colibrí – Martha Lucía Martínez

Felipe tocó de nuevo la puerta del cuarto de su hija Luna, seguro estaba pintando con algunas hebras de su hermosa cabellera negra azulada. No había salido en todo el día de su cuarto, desde que superó su temores, decidió pintar y escribir, pues se sentía liberada y muy feliz. Debido a esa personalidad intensa, avasalladora, alegre e impetuosa de Luna, cuando se concentraba en algo, persistía hasta conseguirlo.

Todo empezó hace ya casi 7 años, cuando al finalizar el quinto grado de primaria, fue la burla de todos sus compañeros de clase, ese día ella no dijo nada a sus padres sobre lo sucedido; sólo que ganó el concurso de ciencias naturales; pero dicho evento carmesí, cambió para siempre a Luna, pues venció sus mayores temores: su inseguridad café y la oscuridad gris. Sí, de esa manera decidió bautizar ella a sus miedos. Sólo los pudo vencer con su valentía, alegría y los colores metalizados de los colibríes que pintaba. Luna se había inscrito en otro concurso de pintura; su padre le animó a participar, ya que sus cuadros coloridos, eran hipnóticos, irreales y alegres; se podría decir que despertaban emociones en colores.

Luna escuchó de nuevo la voz de su padre en la puerta de su cuarto; la voz de él siempre le alegraba el alma, pues le inculcó el gusto por leer y pintar, su amor paternal le dio seguridad para a vencer sus dragones negros. Luna escribió rápidamente una nota en un papel y lo pasó debajo de la puerta, era un acróstico:

L o más seguro es que hoy terminé mi nueva pintura,
U n hermoso colibrí de vibrantes colores metalizados.
N o interrumpas mi maravillosa creación, amado papá.
A ntes de que raye el alba te llamaré para que la veas

Te ama tu hija colorida… Luna

Al leer aquel acróstico, su padre sonrió y pensó: “Luna brilla con luz propia”, está en su cuarto haciendo una de las cosas que más disfruta: pintar. Dejaré el plato con las galletas y la leche fría. Felipe le devolvió una nota:

F elipe pasó en su brioso corcel por la entrada de tu castillo,
E ncontró un enorme gato escarlata, que movía rápido su cola.
L ogré acercarme un poco a la entrada, lo toqué y me arañó.
I  mposible tocar la puerta con ese gato hambriento y gruñón.
P ude engatusarlo con unas ricas galletas de coco y leche fría.
spero que antes que raye el alba se duerma para visitarte.

Te ama tu “rojo” padre loco… Felipe.

En cuanto escuchó que su padre se retiraba, siguió pintando muy animada, a los pocos minutos escuchó un leve ruido en la puerta, así que cruzó el puente colgante entre su cama voladora y su puerta, al abrir vio a “Mirrimimau”, el gato escarlata; en el plato quedaban 3 galletas con migajas y el vaso de leche, tomó el plato y cerró la puerta. Una vez comió, emergieron con vehemencia los colores metálicos que ella había escogido para su creación; pintar la dejaba en éxtasis, sentía que flotaba en su mundo de colores

Al mirar su obra casi terminada: un colibrí en vuelo entre arbustos llenos de que flores azules y frutos violetas; sonrió y suspiró emocionada, lo había pintado en tercera dimensión, casi parecía que iba a salir del cuadro, parecía vivo. Luna retocó una de las alas del colibrí y éste aleteó y salió del cuadro. Desde aquel sueño que tuvo hace 7 años no lo veía; la verdad ya no sabía si fue un sueño o realidad. El colibrí volaba por toda la habitación, iluminando por donde pasaba, la habitación entera estalló en colores, sonidos y olores embriagantes. Ella estaba de nuevo volando junto a varios colibríes; los colores salían de las cortinas en forma de mariposas de variados colores. El cuarto entero era una fiesta. El colibrí que había pintado le preguntó: Cómo vas con la respiración para vencer sus temores? Luna sonrió, el tiempo retrocedió y se vio de nuevo en el colegio al recibir el premio del concurso de ciencias naturales, ella flotaba sobre sus compañeros y se veía a ella misma.

Se vio respirando profundo al salir a la tarima a recibir su premio, vio de nuevo los colibríes volando sobre las cabezas de sus burladores; en ese momento sus temores se fueron y estallaron muchas luces de colores sobre ellos, sintió de nuevo alegría al recordar que les perdonó en ese momento sus burlas. Mientras flotaba su colibrí le acompañaba aleteando y dejando una estela de colores.

Desde ese momento Luna podía ver en colores: grises u opacos si tenía miedo o brillantes y metalizados si estaba feliz. Por eso decidió ser feliz y amorosa. En memoria de aquel momento que cambió su vida, decidió pintar colibríes.

De nuevo tocaron a la puerta, era su papá Felipe, Luna se sobresaltó y abrió sus ojos, corrió hacia la puerta, la abrió y su padre le dijo: “Hija, está amaneciendo, duerme un poco pues a las 3 de la tarde debes llevar al cuadro al Museo de Ciencias para el concurso”; de repente él miro el cuadro terminado, se quedó en silencio, avanzó varios pasos, abrazó emocionado a Luna; la miró a los ojos y le dijo: “Estoy muy orgulloso de ti, seguro ganarás el concurso, el colibrí parece vivo”. Ella lloró emocionada y le agradeció su apoyo incondicional, se abrazaron felices.

Felipe le dijo: “Ve a dormir, descansa”, le acompañó a su cama y espero a que ella durmiera; entonces empezó a recoger los pinceles que estaban en el piso; junto a los pinceles encontró varias plumas de colores, las puso en la cama con una nota: “Querida Luna, lleva estas plumas en una bolsita, parecen salidas del cuadro, ahora si estoy seguro que ganarás el concurso; te ama tu “rojo” padre loco… Felipe y salió del cuarto.

“Coloramor – Junio 14 de 2.018”

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