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Confesiones de un estrangulador / Iván Medina

Confesiones de un estrangulador / Iván Medina

CUENTO DE LA SERIE “SUEÑOS DE UNA NOCHE”

Me lleno de terror cuando a veces

percibo en sueños ese lado de sombras

de mí mismo bajo su verdadero aspecto.

Schubert

 

El sueño es uno de esos vestigios sobre los cuales podemos fundar la esperanza de una reintegración futura en nuestro estado primitivo, pero debemos estar alerta, pues todas las manifestaciones del inconsciente pueden traer la influencia de los malos espíritus, como me ha sucedido –comentó con seriedad el paciente.

Nada de eso, los peligros acechantes no son los provenientes de algún infierno fuera de la existencia, sino aquellos que la vida encierra en sí misma –concluyó enfático el siquiatra.

Apenas el último rayo de luz solar se transpuso ante la niebla, fui cegado por destellos de una noche flamante como columnas de fuego. Noche cuyos ecos discordantes de seres misteriosos, se erguían como plegarias fúnebres para dar sus consejos. No hace mucho, apenas me daba cuenta de su presencia, ahora los oigo hablar y entiendo lo que me dicen.

Verá doctor, la tarde en que me despedí de ella pronto se hizo de noche pero no para mí. Aunque tras su partida me acosté, en mi existencia no hubo un tiempo placentero para dormir sino un ensueño angustioso de continuo espanto. Al despertar, las imágenes que logré recordar fueron tan recónditas que casi no quedaban de ellas más que un recuerdo vago. Pero sí logré ver un paraje con árboles destrozados por la tempestad en un paisaje lunar donde se reflejaba por doquier mi crueldad.

Del brazo de las sombras salgo a buscarla, recorro los caminos grises entre la turba infinita que se arremolina para resguardarse de la tormenta amenazante. A todos veo presas del silencio y de la muerte, igual a máquinas imitándose unos a otros pero ella es diferente, tiene vida. Camino detrás de ella como si fuese su conciencia a través de una blancura confusa. 

¡No, no, no…! ¡Tiemblo al recordarlo…! ¡Yo no sabía lo que era yo…! La estrangulé y desde entonces en esos sueños de angustia insaciable que se produce durante el dormir más profundo, se repite una y otra noche mi imagen, la cual me aterra al verme lleno de afanes sanguinarios y de extrañas sensaciones de placer todavía perceptibles.

Busco con los ojos: ahí estás, sentada en espera de no sé qué al abrigo de la pálida luz intermitente de una bombilla que ilumina la fotografía de Jack Unterweger, impresa en la primera página del periódico Heute; te ves preocupada y no te fijas en mí; pero avanzo hacia ti con la lentitud de una hiena hambrienta. Levantas tu cabeza y tu mirada se detiene en mí junto con una sonrisa angelical. Te ves sorprendida, quizá porque creíste ver en mi presencia una ilusión. La noche gime, los perros ladran y los gatos maúllan su estridencia para el apareamiento, la naturaleza tiembla y se estremece bajo mis pies.

¡Vaya caso tan enigmático para la siquiatría! Habría que responder hasta qué punto pertenecemos a nuestros sueños. A menudo en ellos somos crueles e inhumanos, sin embargo, basta con despertar para convencernos de que semejante propensión es ajena a nuestra naturaleza.

La tomo con delicadeza de la barbilla para admirar su rostro, cuando de pronto, me rodea un aroma agridulce entre mimosas y naranja pasada que emana de su cuerpo crispado, suficiente para ejercer sobre mis poros un singular poder mágico que de manera  involuntaria hace que mis manos se abalancen sobre su delgado cuello. Veo su miedo e igual lo siento. Sus ojos azules se abren enormes cuando siente la presión.

La realidad producto de la vigilia es inseparable de la pertenencia al sueño. No fue así como la palabra de que Dios se sirvió fue el sueño y se concretó en la realidad, doctor.

Es como si la mano de la muerte exprimiera su garganta. Sus labios frescos se vuelven exangües, sus manos largas y combatientes son humilladas bajo la pauta de un viento silencioso pero abrazador que desgarra las nubes. Todo se corrompe, los colores, los aromas y los sonidos. Veo brotar harmonías hasta entonces desconocidas, huellas de voces perdidas de quienes la precedieron.

 

Sin duda el paciente está mejor pero los sueños no han dejado de angustiarle durante la noche. En estos casos, la ensoñación no es sino un sueño eterno.  Pero aún más extraño es que mientras él habla dormido, cuando se le pregunta por lo sucedido coincide punto por punto con lo declarado. Se obstina en mezclar la ficción con la realidad porque en los fantasmas interiores reconoce signos de su propia esencia. Tendrá que permanecer en observación algunos días más.

No puedo retroceder y ella se aferra con toda su fuerza a la vida que se le escapaba. Su último suspiro, de cuyos labios entreabiertos brotaron canciones, se extingue en una nube de polvo que se forma mientras patalea, y a través de la polvareda distingo sus ojos inertes y fríos que reflejan la eternidad. Con qué helada insistencia me mira, como a través de un velo desde el más allá.

Todavía ahora, la psique prisionera me hace escuchar en sueños las órdenes perversas del maligno, de quien he visto sus rasgos deformes. Viví un drama único y aunque ya estoy bien, nada ha podido curarme el corazón, que siempre sufre de nostalgia y que a veces se pregunta quién habrá sido aquella mujer que estrangulé, pues en todo momento evoco ese aroma único de mimosas que siempre me recordarán su rostro familiar y sus enormes ojos que me observan cobrando para mi tan precisa realidad.

Después de haber sentido la vida hervir, el silencio me envuelve y todo aspira al reposo, preludio al arrebato de la petite mort.

Al mismo tiempo, en la creencia de haber soñado todo eso, me he forzado a olvidar la realidad, borrando ciertos detalles a pesar de que he visto cómo sus rasgos, sus principios enigmáticos, a través de los días se han hecho más legibles mientras la estrangulaba.

Sí hubieras podido dirigir hacia atrás una mirada avizora que te hubiera prevenido de tu fatal destino. Un vistazo perspicaz que pudiera haberte socorrido. Eras aún tan joven…

 

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